3/2/2018
Cádiz



La antigua historia japonesa del espejo de Matsuyama nos habla de cómo vivimos condenados a repetirnos de una manera eterna e incesante. Hace algunos años que veo a mi padre en el espejo, lo que resulta aún más terrible que los tontos cuentos de terror de aparecidos tras nuestro reflejo. O quizá no, porque el hecho de reconocer en tus rasgos los de tus ancestros nos conduce a una suerte de tranquilizadora sensación de infinitud, justo como la que llevamos en nuestros genes, en los que sigue habiendo trazas de aquellos primeros hombres o casi-hombres que se enderezaron sobre sus piernas y pudieron ver el mundo desde su altura, por encima de las hierbas de las praderas, y un horizonte hacia el que dirigir sus pasos.

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