23/4/2018
Roma
Casi a la vista de los muros
vaticanos, la Vía Aurelia se ondula suavemente bajo el sol y deja entrever sus
jardines y estatuas en medio del fragor del tráfico de la hora punta.
Construida durante la Roma republicana, unía la caput mundi con Pisa y, algo más allá, con Luna. Hace un rato,
desde la Isola Tiberina, el Ponte Rotto nos mostraba su único arco
superviviente a las inundaciones; por él la Vía Aurelia cruzaba el Tíber y
entraba en la ciudad. Hacia el otro lado, hacia el interior del Imperio, con las
sucesivas ampliaciones, ya convertida en Vía Augusta, llevaba a los confines de
occidente y a mi propia ciudad. Ambas urbes se contemplan en la distancia del
espacio y el tiempo.
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