17/9/2018
Playa de Amió, Cantabria


Apenas unas semanas después, casi no quedan recuerdos del viaje, solo destellos. Debo hacer esfuerzos, ponerme en el lugar, trasladarme con la imaginación en el tiempo y en el espacio, para de alguna manera volver a esos prados y a ese mar frío, bravío, desmesurado, y a esas altas montañas y valles boscosos. La tarde anterior a nuestra vuelta, mis hijas y mi mujer se atreven a bañarse en la playa cercana, todos nos reímos y, entre bromas y veras, se zambullen y gritan, aunque disfrutan de esa sensación gélida, de la que intentan escapar nadando y saltando. Cuando por fin salen, ateridas y agarrándose el cuerpo con los brazos, “desvergonzadas, bellas y plenas de gracia”, como en aquel relato de John Cheever, “contemplé a las mujeres desnudas saliendo del mar”.

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