12/7/2008
Bruselas
Recuerdo la estación, el hotel en una calle llamada de la Virgen
Negra, los murales que tanto me recordaban mis solitarias lecturas de la niñez,
las estatuas de meones –el niño, la niña y hasta un perro– casi invisibles
tras las manadas de turistas, la multitud de trajeados burócratas
perdidos en el tráfago urbano,
el olor a pommes frites inundando el
aire, la ensoñación producida por tanta cerveza que tomamos en aquella taberna
de un barrio llamado Stalingrad… ¿No es esta una ciudad surrealista? Esta
imagen no hizo más que ratificar esa idea: unos adoquines amontonados ante la
Biblioteca Real, como arrancados de un cuadro de Delvaux. A la vuelta, en los
andenes, temo encontrar a una joven de espaldas de larga cabellera rubia o a un señor con guardapolvo ajustándose las
lentes.
Comentarios
Publicar un comentario