7/2/2015
Estación de Ciudad Real
La profunda poesía de los trenes,
de la que hablaba Azorín. Recuerdo la antigua Estación de Atocha, cuando el expreso,
tras un agotador viaje de más de 10 horas, paraba en plena noche bajo la
estructura de hierro y cristal, en un país en blanco y negro de mediados de los
70, y de mi boca aterida salía vaho y mi padre me subía la bufanda mientras nos
apresurábamos hacia la salida en busca de un taxi. El viejo ferrobús que pasaba
por las cercanas vías –que en ocasiones servían para jugar o buscar minerales
para los trabajos escolares– señalando con su fuerte pitido la hora de vuelta al
colegio tras el almuerzo. Más cerca en el tiempo, me veo asomado a la
ventanilla oliendo el aire húmedo y salado que anunciaba el mar. “Vaivén eterno
de la vida”, un subir y bajar de multitud de trenes en estaciones sin fin.
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