16/9/2018
Cueva del Castillo, Puente Viesgo
La experiencia sublime de penetrar en una cueva, en el vientre
de la tierra, en el silencio y la oscuridad absoluta. De pronto, una luz sobre una
pared rocosa y, en lo más profundo, el milagro: unas manos que alguien trazó
hace miles de años soplando los pigmentos sobre ellas para dejar la huella de
que estuvo allí. El para qué lo hizo poco importa, sea magia o rito. Lo que me
hace estremecer es la sensación de unión espiritual con alguien del remoto
pasado, posiblemente una mujer, a tenor del tamaño de algunas manos. He visto
muchas pinturas rupestres, pero estas, más que representaciones de la
naturaleza a la que pertenecían, son mensajes que, sobrevolando un océano de
tiempo, nos hacen compartir con aquellos humanos el sentimiento de fragilidad y
brevedad de la existencia individual.
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